Debo confesar que en 2009 me fue inevitable enamorarme de un joven revolucionario y futbolero, apasionado por la transformación del mundo y por los colores de sus equipos del alma. Lo conocí estando al lado de mis tres mejores amigos, por lo mismo me pareció increíble encontrar a un cuarto ser que me llegara tan pronto a lo más profundo de la conciencia y el corazón.
Manu, como le decimos los amigos, o Pipe, como le dicen en casa, fue una persona contagiosa. Nos contagió de sus sueños por construir otro mundo posible, de sus ideas económicas, de sus pasiones, de su energía desbordante, de sus gustos y de su humor.
Se estrenó en 2006 el activismo estudiantil en el Instituto Pedagógico Nacional. Luego, en 2008 se convirtió en maestro. Por años se dedicó a ser el sensei de decenas de jóvenes secundaristas y universitarios. Sus clases eran teórico-prácticas, lógico, él siempre asumió el llamado de Marx de transformar al mundo, no basta con teorizarlo.
En las reuniones estudiábamos a Mao y a Mosquera. Tras horas de debate y planeación nos daba el discurso de motivación y, como el capitán del equipo en la boca del túnel, nos lanzaba con el pecho inflado a las calles. A la marcha, al plantón, a entregar volantes, a pegar afiches en las noches con actitud clandestina o a los colegios públicos y privados del norte de Bogotá.
En la práctica renegamos de los teóricos de izquierda que denuncian al fútbol como el nuevo “opio del pueblo”. Nos inventamos la “CUPA”, un torneo de la organización estudiantil en la que militábamos, convocamos a más jóvenes a jugar microfútbol en la Universidad Nacional de Colombia: una excusa para seguir dando línea contra el imperialismo, el capital financiero y los gobiernos funcionales a la recolonización; una excusa para organizar a una juventud patriótica para liderar la unidad de clases que pudiera asumir el desarrollo del aparato productivo colombiano.
En los ires y venires de la política Manu forjó muchas amistades y marcó muchas vidas, incluso fue el gestor de noviazgos a punta de humor, doble sentido y coartadas para que fluyera el amor. Xime y yo, además de amarlo infinitamente, nos amamos de igual manera hace once años gracias a las buenas gestiones de nuestro cupido.
Pero no solo nos marcó a quienes estábamos muy cerca. En estos días apareció, después de mucho tiempo, una ex estudiante de un colegio de Usaquén con las que no compartió mucho, ella dijo: “hay personas que dejan siempre una huella en nuestras vidas y Manuel fue uno de ellos”.
Como se ha reiterado durante estos días, el humor era una de sus características, bueno o malo, pero nos hacía reír por montones. Un día apareció hablando español con acento portugués, la actuación fue perfecta: se puso la camiseta de un equipo brasilero y duró pronunciando cada palabra con terminaciones en inho por un fin de semana entero en el marco de una asamblea de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil en Cali. De Bogotá a Cali, en Cali, y de vuelta. Nunca paró.
Entre chiste y chanza Brasil apareció en la vida de Manuel y posteriormente Pilar, su adorable madre, lo invitó junto con su hermana al Mundial de 2014 en ese país. Se le cumplió el sueño de todo futbolero, con una particularidad: fue al mundial en el que la Selección Colombia tuvo su mejor juego y resultado, en el que jugaba de local en otro país por cuenta de hinchas como Manu, en el que James fue goleador y premio Puskas al mejor gol del año. Amor a primera visita.
Por convicción revolucionaria Manu fue a vivir un tiempo a Santander. Con el meritorio título de economista alcanzó a considerar aceptar una posición de guarda de seguridad en Barrancabermeja para ingresar a Ecopetrol y sindicalizarse. La idea era realmente mala, por lo que afortunadamente terminó en Bucaramanga, batallando, ya no solo contra el imperialismo, sino también con las talanqueras internas de una organización a la que quiso mucho pero que también supo cuestionar, criticar y dejar atrás.
Durante esos años Manu contribuyó en estudios para modificar la tarifa de impuesto de renta para las micro, pequeñas y medianas empresas, introduciendo un factor de progresividad y justicia tributaria: quien gana más, tributa más. Su idea hoy se encuentra plasmada en la reforma tributaria y ha estado muy cerca de convertirse en realidad en los debates del Congreso. La vez que más cerca estuvo de ser ley fue porque Jennifer, otra de sus pupilas y ahora congresista, batalló la iniciativa hasta su aprobación. Paradójicamente sólo faltó el aval del entonces Ministro y jefe de Manuel. Así es la lucha, así es la vida.
Tras algunos años de valioso trabajo profesional y militante, mal pago, llegó el momento de volver a estudiar. La Universidad de Campinas en Brasil lo acogió, ahora sí sabiendo hablar portugués. Aprendió de Bresser Pereira, de Conti y de los hermanos Guevara, profundizó en la escuela de la Cepal y le puso la lupa a la financiarización del capitalismo, todo mientras una pandemia encerró a la humanidad y aumentó la concentración de riqueza, la desigualdad, el hambre y el sufrimiento.
De la maestría al doctorado, entre tanto su profunda preocupación por la agudización de las contradicciones internacionales, la guerra comercial de EE.UU. a China, las guerras regionales y una Colombia convulsionada por el estallido social en contra de 200 años de malos gobiernos.
Sin terminar la tesis doctoral volvió a Colombia, tenía claro que debía aportar al primer gobierno alternativo en 200 años. Con mucha ilusión se guardó cualquier crítica al proyecto, buscó a Diego Guevara para construir un programa económico pensando en la reindustrialización, la transición energética justa y empezar a desmontar “la estructura neoliberal del Estado”. Manuel no volvió pensando en conseguir trabajo, mucho menos en ganar fama o dinero, volvió pensando en aportarle al país.
En el círculo académico y desde el Ministerio de Hacienda hoy lo recuerdan por sus aportes esenciales a la idea de “Regla Fiscal Verde”, para contribuir a la transición energética y al gasto público como dinamizador de la economía, herejías para los defensores del pasado, el futuro para las economías del tercer mundo. Aunque hizo menos ruido, también tendremos que recordarlo porque hace un par de meses empezó a hablar de la necesidad de crear la banca de desarrollo nacional que verdaderamente apalanque la reindustrialización.
Al tiempo que le contribuía al país la vida lo llevó de maestro de jóvenes activistas a docente en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad del Bosque. Con su amigo, compañero de luchas y colega José Saade publicó un artículo del que se sentía orgulloso, un hijo en un libro. Y también tuvo tiempo para alentar y acompañar a quienes decidimos crear la tendencia política Primero La Gente.
El último año Manu no descansó en denunciar el genocidio de Israel al pueblo de Palestina. Como pocos, asumió la consigna “no dejemos de hablar de Palestina” y nos recordaba que allí estaban, al tiempo, la tragedia humana y la esperanza de que un día caerá el colonialismo y el capitalismo militarista. En mayo rompimos las falsas fronteras del fútbol, desobedecimos a la Conmebol y a la policía para saltar con nuestras camisetas de Millos a la tribuna visitante a abrazar a la hinchada de Palestino: un poema.
Hijo extraordinario, amigo incondicional, amante en exceso, seductor por naturaleza, hincha fiel, ideólogo, candidato a doctor en economía, funcionario destacado, bailador de dancehall -o el ritmo que las chicas le pusieran-, futbolista amateur, amante del reggae, padre de dos gatos, humorista.
Humano, claro está, con errores, defectos, rabietas y con conciencia de aprender de lo malo para ser cada día mejor persona. Logró dejar atrás muchos males que aprendió del patriarcado y era consciente de que quedaban otros por trabajar o reparar. Para lograr tanto en tan poco tiempo se requiere mucha energía.
Tras su partida, estando en su amado Brasil, una de las personas que compartió ideas y sueños con Manu en su último encuentro académico de economistas heterodoxos me dijo: “era brillante y desbordante ¡tenía tanta energía! ¿A dónde se va toda esa energía?”.
De inmediato recordé las tantas veces que estudiamos el materialismo y le respondí a esta amiga: “La energía no se destruye, se transforma”. La energía de Manu ahora es nuestro motor, el motor de cientos de personas que en todo el mundo lo recordamos; trabajaremos por lograr ese otro mundo posible que él soñó y construyó.
Luis Fernando Medina lo resumió todo de esta manera hermosa: “Manuel iba adelante de todos nosotros en muchas cosas. Talento, energía, pasión, compromiso con las causas más nobles. Pero también se nos adelantó en esto dejándonos un dolor inmensurable. Manuel, tal vez no podamos estar a la altura de tu legado. Pero lo vamos a intentar”.
Hasta siempre, camarada, vives porque nos contagiaste vida.