El apocalipsis según Petro
Entre propuestas inviables, alarmas apocalípticas y palabras efectistas, es notorio que, en la COP, ningún gobierno ha hecho eco de las ideas de Petro
Enrique Daza Gamba
6 de diciembre de 2023
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Según el presidente Petro, en sus intervenciones en la 28ª Cumbre sobre Cambio Climático, en Dubái, la humanidad está cerca de una catástrofe que solo se puede evitar si todos los países del mundo renuncian urgentemente a la exploración y explotación de petróleo, carbón y gas.
Según él, la cooperación universal con tal propósito podría estar liderada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y, de entrada, Colombia renuncia a la exploración y explotación de estas fuentes de energía fósiles.
Como los hechos y las tendencias mundiales evidencian que un acuerdo de este tipo es imposible y como, además, Colombia depende en grado sumo de la exportación de petróleo y carbón, lo que vendrá con la medida será un salto al vacío en el país y, ahí sí, un apocalipsis.
Muchas de las afirmaciones de Petro, o carecen de fundamento, o no son viables. En primer lugar, las 28 conferencias de las Naciones Unidas sobre cambio climático no han logrado acuerdos sobre temas sustanciales.
Por ejemplo, no hay acuerdo sobre la eliminación del consumo de carbón. Las cumbres se han limitado a recomendar que se reduzca su consumo. Cuando se habla de descarbonización, los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, IPCC, se refieren principalmente a la búsqueda de emisiones netas de cero, o en español, que las emisiones sean compensadas con medidas que permitan absorber el CO2, como son la reforestación u otros adelantos tecnológicos, muchos de los cuales están en desarrollo. Petro afirmó que estos no resolverían el problema.
La mayoría de los países no han cumplido los compromisos adquiridos en las COP. Las emisiones aumentan y diversas circunstancias han mostrado que una transición rápida puede ser contraproducente. Muchas de las energías renovables no son todavía suficientemente confiables en el sentido de asegurar una provisión de energía suficiente y estable, su costo es alto y enfrentan cuellos de botella en materia de almacenamiento y distribución.
Algunos países han regresado al carbón, la producción de petróleo aumenta y los países desarrollados fomentan nuevas exploraciones y explotaciones, como sucede en el Mar del Norte, en Alaska, en Brasil y en Argentina, entre otros.
Es irreal pensar en la unanimidad, aun entre las grandes potencias, ni en este tema ni en ninguno de los grandes problemas que enfrenta la humanidad, tales como las guerras de Ucrania y de Gaza, soluciones al narcotráfico y una política sobre migraciones. Mucho menos sobre la pobreza y el hambre.
Las contradicciones entre bloques, en lugar de atenuarse, se agudizan. Y la globalización, en vez de extenderse y profundizarse, retrocede, porque se acentúan las sanciones y los enfrentamientos comerciales. En resumen, se está reconfigurando la geopolítica mundial.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional han seguido imponiendo un modelo económico que obliga a los países en desarrollo a mantener su dependencia de la exportación de materias primas, para garantizar el pago de la inmensa deuda que afecta particularmente a las economías menos desarrolladas. Así, proponer que ambas instituciones lideren la inyección de recursos en beneficio de los países en desarrollo no es más que pensar con el deseo. Ni Estados Unidos, el rector, ni los demás gobiernos que manejan estas instituciones, han propuesto en forma seria reformar la arquitectura financiera internacional. Biden no solo no tiene la voluntad, sino tampoco la posibilidad de promover reformas en el Banco Mundial y el FMI, instituciones que constituyen una pieza básica de su control de la economía mundial. Como si fuera poco, las elecciones en Estados Unidos, ya muy cercanas, paralizan la toma de decisiones.
En realidad, las definiciones de las COP y el discurso catastrofista en boga no han contribuido a moderar las emisiones. En el mejor de casos, han promovido las energías renovables como una posibilidad de inversiones rentables y de imponer una nueva división mundial del trabajo. Está surgiendo ya una especie de colonialismo verde, al servicio de poderosas trasnacionales, que especializaría a los países en desarrollo en la exportación de minerales como cobre, litio y cobalto, entre otras.
En muchos casos, como es el caso de la India y China, la capacidad de promover políticas de desarrollo renovable implica hacer grandes inversiones en infraestructura que requieren ingentes cantidades de cemento y acero y además el uso del petróleo y gas como materias primas de numerosos procesos industriales.
De todas maneras, no todo es blanco o negro. Varios países han avanzado en la promoción de energías renovables, pero incluso los que han hecho más progresos en este campo, como es el caso de China y Estados Unidos, no han renunciado al petróleo.
Con abismales diferencias. China e India, que representan el 18 % y el 7,5 % de la economía mundial y entre los dos un poco más de la cuarta parte de la economía mundial, tienen un bajo Producto Interno per cápita, China de USD 12.814 anuales, e India de USD 2.406, muy lejos de Alemania con USD 48.432, Canadá USD 54.966 o Estados Unidos con USD 76.938.
Exigir entonces de los países en desarrollo las mismas responsabilidades y compromisos que de los países desarrollados, responsables históricos de las mayores emisiones, no solo no es justo, sino tampoco posible ni viable. En materia de emisiones per cápita de gases efecto invernadero, los países que más emiten son los países árabes petroleros. Catar, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Omán y Brunei. Para poner un solo ejemplo, lejos está Arabia Saudita de hacerle caso a Petro y anunciarle al mundo que va a dejar de explorar y exportar el oro negro.
Petro anunció una serie de acuerdos de cooperación económica con algunos de estos campeones de la emisión de gases. Uno es un tratado de libre comercio con los Emiratos Árabes Unidos, que aun cuando ha sido denominado “acuerdo de complementación económica”, guarda el mismo formato y capítulos de los demás tratados de libre comercio suscritos por el país.
Entre propuestas inviables, alarmas apocalípticas, afán de protagonismo y palabras efectistas, es notorio que, en la COP, ningún gobierno se ha hecho eco de las ideas de Gustavo Petro.
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