Globalización con naciones fuertes
Juan Manuel Ospina
21 de julio de 2022
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La vida, tanto la social como la natural o biológica, es el resultado de equilibrios frágiles de fuerzas y realidades encontradas, de dinámicas dentro de ciertos “límites de tolerancia”: el frío y el calor, la especialización y la diversidad, la homogeneidad y la pluralidad, en la naturaleza; y en el mundo social, la especialización y la diversidad productiva, la hipertecnificación y los conocimientos tradicionales, la extracción ilimitada y el uso planificado de recursos no renovables, la cultura nacional y el cosmopolitismo cultural: en fin, el mercado, la demanda nacional y el espacio sin fronteras de un mercado y una economía globalizada.
En el mundo actual (¿posmoderno?) cada día están más borrosas las dimensiones espaciotemporales en que transcurre la vida, la propia y la social; homogeniza lo que por su naturaleza es diverso, pretendiendo amoldarlo a supuestas leyes inmutables nacidas de la razón humana. Hace ya medio siglo que en el tablero de mando de la aventura humana se prenden con creciente insistencia dos luces rojas de alarma: la del cambio climático, convertido en crisis climática, con expresiones cada vez más violentas, resultado de un desequilibrio creciente entre las demandas desbordadas del proyecto humano y la limitación de la naturaleza para responderlas con tecnologías que aceleran su depredación a límites que ponen crecientemente en riesgo la continuidad misma de la vida.
De otra parte, está la organización igualmente depredadora de la vida económica y social de un capitalismo salvaje y no regulado, liderado por el capital financiero, que llevó a la globalización y la concentración del poder y la riqueza en el ámbito nacional e internacional, a límites inconcebibles. Dos momentos de la crisis del sistema fueron el huracán financiero de Wall Street en 2007, cuyas enseñanzas están aún por asimilarse, y la generada por la pandemia y ahora la guerra en Ucrania, que desnudaron las debilidades estructurales y las amenazas de la globalización como se ha desenvuelto; la dinámica globalizadora está inscrita en la lógica de la vida humana, marcada por el gregarismo y no por un individualismo soberbio, como el imperante.
Con la hegemonía del capital financiero, la globalización pasó de ser una dinámica que refuerza y complementa la energía nacional, a ahogarla bajo su poder omnímodo. Las limitaciones y amenazas de esa situación fueron denunciadas por muchos sectores que los globalizadores acusaron de ser retardatarios y ciegos ante las nuevas posibilidades ofrecidas por un mundo y una economía abierta a todos. Para colmo, eran proteccionistas defensores de intereses privados que pelechan a la sombra del proteccionismo, la nueva forma del favoritismo y el privilegio para quienes no crean nueva riqueza, simplemente “muelen aranceles”.
La pandemia y ahora la guerra ucraniana pusieron a prueba la globalización como hasta ahora se ha desarrollado. Se vio entonces cómo ésta debilitó y limitó el desarrollo de los países y aún del mundo. Una globalización que asumía un mundo de donde la guerra habrá desaparecido, y en el cual, conforme con la utopía liberal, las relaciones entre países se cimentarían en intercambios de bienes, recursos productivos y servicios, regulados por la operación de mercados igualmente libres; donde el interés nacional habría perdido su importancia ante una globalización garante de un interés general cosmopolita. Pero la guerra actual, con implicaciones económicas internacionales, dado el nivel de integración global alcanzado, puso patas arriba el anterior optimismo globalizador e hizo renacer de inmediato, el interés nacional.
No se trata ahora de volver a cerrar fronteras y regresar a las viejas guerras comerciales, donde no era la fuerza del mercado sino de los ejércitos la responsable de cuidar la realización de los intercambios. Ha obligado a recordar que hay temas centrales para la vida de una sociedad ―seguridad alimentaria, empleo digno, defensa de su riqueza y recursos naturales―, que no se pueden dejar en manos de terceros países, máxime en momentos en que el proyecto de un orden internacional, fundamento de un gobierno de igual alcance, el sueño de la posguerra, es hoy, cuando más se necesitaría, un sueño desdibujado y frustrante.
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