La cara oculta de la Alianza para el Progreso
Norman Alarcón
5 de mayo de 2023
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Los hechos históricos deben ser verificados de manera objetiva y precisa para evitar errores de interpretación. En el viaje del presidente Petro a Estados Unidos y en su visita al presidente Biden en el salón oval de la Casa Blanca en Washington, rememoró la Alianza para el Progreso del mandatario norteamericano John F. Kennedy (1961-1963) como algo digno de repetir. Dos hechos acaecidos en ese breve mandato nos ilustran el trasfondo de dicha política, ambos con repercusiones hasta nuestros días. Uno está relacionado con la seguridad alimentaria de los colombianos y otro con acontecimientos en el contexto de la Guerra Fría que estuvieron cerca de provocar una confrontación nuclear.
El trigo es uno de los cereales fundamentales para la dieta de la especie humana. Desde hace 12.000 años se conocen vestigios de él en Mesopotamia. Colón lo introdujo a América en 1493, en su segundo viaje. En 1950 había sembradas en Colombia 145.000 hectáreas y se cosechaban más de cien mil toneladas. Hoy no llegan las siembras a cinco mil hectáreas. Le dio el golpe de gracia la Ley Pública 480 de 1954 de EU, que aprobó donaciones de trigo para salir de sus excedentes y cooptar países en su puja contra la Unión Soviética. Luego vino la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, recordada como positiva por el presidente Petro, y nunca volvió a aumentar la producción de trigo en nuestro país, cereal del cual llegamos a tener semillas hasta para tierra caliente, como lo relataba el científico Hernando Patiño (QEPD). Hoy se importa la casi totalidad del trigo para el abastecimiento del consumo interno (casi dos millones de toneladas anuales) y se paga al precio que nos impongan los productores y exportadores principalmente de Canadá y Estados Unidos.
El otro relato tiene que ver con la llamada “Crisis de los misiles” de 1962, en medio de la puja entre las dos superpotencias de Oriente y Occidente y que involucró a Cuba, que solo llevaba tres años de su victoria en 1959, pero cuyo gobierno había permitido que la Unión Soviética sembrara algunos misiles con cargas nucleares en la isla caribeña, tomando partida por uno de los bandos, cuando lo preferible hubiese sido una actitud de independencia frente a ambos imperios. Ya existía el Movimiento de Países No Alineados, impulsado por el mariscal Tito, presidente de Yugoeslavia. La Unión Soviética había decidido introducir más armas nucleares en Cuba, a 90 millas del territorio norteamericano, con la anuencia de Fidel Castro. Y ahí fue Troya.
John F. Kennedy había tratado de derrotar a la Revolución Cubana por métodos perversos, habiendo llegado a enviar elementos adiestrados por la CIA y desembarcado en Bahía Cochinos en 1961, donde fueron derrotados ignominiosamente por las fuerzas militares y el pueblo de Cuba. Como respuesta a este fracaso, Estados Unidos puso en marcha la Operación Mangosta en octubre de 1961, lo cual implicó operaciones de sabotaje en Cuba con el objetivo de incitar una revuelta contra el gobierno cubano. En esa forma la isla caribe se convirtió en un escenario de la confrontación entre las dos superpotencias. Entre junio y octubre de 1962 el gobierno de la Unión Soviética remitió a Cuba 24 plataformas de lanzamiento, 42 cohetes R-12, unas 45 ojivas nucleares, 42 bombarderos, 40 aeronaves MIG-21, dos divisiones de defensa antiaérea y cuatro regimientos de infantería mecanizada, con unos 47.000 soldados en total. Nikita Jruschov, primer ministro soviético, ordenó que el despliegue bélico se realizara de modo discreto. Las fuerzas de inteligencia de Estados Unidos detectaron el despliegue soviético y el 22 de octubre de 1962, Kennedy se dirigió al pueblo norteamericano y dijo públicamente que iba a establecer una cuarentena y un cerco naval alrededor de Cuba, para lo cual desplegó barcos y aviones de guerra en el mar Caribe a partir del 23 de octubre, un auténtico bloqueo aéreo-naval. Continuaron las acciones de lado y lado, hasta que se vieron impelidos a realizar negociaciones secretas entre ambas potencias, sin enterar de nada al presidente cubano, lo que indignó al Che Guevara. En consecuencia, la Unión Soviética desmanteló los arsenales que había instalado en Cuba y Estados Unidos aceptó que se instalara el llamado teléfono rojo para que ambas potencias tuvieran un contacto directo en caso de nuevas crisis, las cuales se volvieron a dar durante casi cuarenta años, hasta cuando la Unión Soviética se desmoronó como un castillo de naipes. La Alianza para el Progreso fue el programa estadounidense para intentar que el ejemplo de la rebeldía cubana no se reprodujera en todo el continente.
Ilustrativa esa situación, que se ha vuelto a revivir en cierta forma y en otro contexto histórico con el enfrentamiento militar entre la OTAN liderada por Estados Unidos y la Federación Rusa sobre el suelo ucraniano. Es la misma crisis de los misiles de Cuba, pero al revés. Finalizada la Guerra Fría, Washington se dedicó a sembrar escudos de misiles alrededor de Rusia, un cerco militar utilizando a países que antes habían estado al lado de la Unión Soviética en el Pacto de Varsovia pero que terminaron siendo reclutados por la OTAN, la maquinaria bélica de EU y Europa. El paso más agresivo fue el lanzado en 2021 por la Casa Blanca al intentar convertir a Ucrania en una plataforma de misiles nucleares que podrían llegar a Moscú en cinco minutos. Hasta que la cuerda se rompió por el eslabón con el que se culminaba el nuevo cerco, y ya se saben las consecuencias.
Mal presagio hablar de una nueva Alianza para el Progreso con estos antecedentes y, además, permitiendo que Colombia haga parte como socio global estratégico de la máquina de guerra de la OTAN. Nada bueno se presagia para cincuenta millones de colombianos.
Norman Alarcón Rodas
Barranquilla, 26 de abril de 2023
https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-62982023
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