¡La corrupción es la fiebre!

José Rafael Espinel Páez

14 de Julio de 2021

La corrupción es la parte visible de un terrible mal que carcome nuestra sociedad, es la fiebre que obliga a buscar la causa de la calentura. Haciendo un parangón, no se puede tratar con acetaminofén, como hacen las EPS.

 

Se han hecho algunos intentos para empezar a atacarla, uno de ellos fue la lucha que encabezó Claudia López en la consulta anticorrupción, con más de once millones de votos. Y también se ha usado para alcanzar la dirección del Estado a nivel local y regional y después resultan tan corruptos como sus antecesores.  Pero estas cruzadas contra la corrupción han sido insuficientes y no bastan. Al paciente se le han administrado algunos remedios, pero el mal lo sigue destruyendo silenciosamente y luego el tratamiento y la cirugía serán más complejos.

 

El mal tiene en Colombia dos componentes. Uno de ellos es el cultural. Se le ha vendido a la gente la idea de que el dinero, y ojalá en dólares, es el objetivo supremo de la vida y vale cualquier medio para alcanzarlo. Solamente hay que ver en Cúcuta a tanta gente que había acumulado millones de bolívares y de la noche a la mañana se quedaron solo con el papel moneda para hacer artesanías. Para esto el antídoto es la educación.

 

El otro es el componente material, que radica en la falta de trabajo de la gente, pues los jóvenes NINI, que ni trabajan ni estudian, parados en las esquinas sin hacer nada, son víctimas de un sistema que los induce a conseguir “dinero fácil” a como dé lugar. Aquí la cura es el trabajo digno, al que solo se le pondrán los cimientos cuando el Estado cambie de política y decida disminuirles a patronos y trabajadores los costos de producción o costo país, en función de los intereses, necesidades y anhelos de progreso y desarrollo de las inmensas mayorías. 

 

Lo anterior se logra si recuperamos nuestra soberanía nacional y contrarrestamos los Tratados de Libre Comercio (TLC), la onerosa política de deuda externa y la importación masiva de productos que podemos producir aquí. Ya que estas políticas destruyen el aparato productivo del campo y la ciudad. Sólo con autonomía podemos crear las fuentes de trabajo que de verdad crean riqueza.  

 

Luego, por valiente y loable que sea la lucha contra la corrupción, se hace insuficiente si no combate el mal de raíz. Cuando mucho se conseguirá “reducir la corrupción a sus justas proporciones” como dijo el expresidente Turbay Ayala. Por lo tanto, el desespero no puede llevarnos a la ingenuidad de creer que solo combatiendo a los ladrones resolvemos nuestras calamidades.

 

Colombia reclama y necesita un verdadero estadista que practique la máxima “Los bienes públicos son sagrados” y que sea consecuente con el interés de la nación, para encaminarla por la senda del progreso, la paz y el bienestar y devolverle la dignidad y la esperanza.

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