El Sistema Nacional de Cuidado y un Programa de Empleo Público para las Mujeres deben ser los primeros pasos contra la feminización de la pobreza

Maria Antonieta Cano

3 de febrero de 2023

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El régimen económico actual, por su propia estructura, minimiza a la mujer y, de hecho, le limita las posibilidades de progresar, así le registre sus conquistas en la norma escrita. Sus derechos no han sido el producto de una concesión espontánea de quienes detentan el poder. Al contrario, han sido precedidos de vigorosas movilizaciones en medio de un ambiente propicio en el que las mujeres se vinculan masivamente a las fábricas y es con el trabajo asalariado como han ido ganando independencia de criterio, presencia social, gremial y política. Ésta es la base que las llevó a reclamar derechos laborales, derechos políticos y derechos sexuales y reproductivos, hoy reconocidos, por lo menos legalmente, por casi todos los países del mundo.

 

Pero la entrada masiva de la mano de obra femenina al ámbito productivo no se dio de la mano de la disminución del tiempo dedicado al trabajo reproductivo, una situación que además se agrava en las sociedades más desiguales. ¿Cómo les va a las mujeres en Colombia, un país que discrimina horriblemente a la mujer? ¿Qué podemos decir sobre el reconocimiento de derechos en una nación atrasada, históricamente dirigida por unas élites aristocráticas que reúnen lo más rancio del oscurantismo con las barbaridades del imperialismo, sometida a los designios de las extorsiones propias de los monopolios extranjeros y del poder hegemónico norteamericano y condenada al atrasado productivo? Se puede afirmar que es precisamente por esta caracterización de Colombia que las condiciones de las mujeres parecen congeladas en el tiempo. Aquí todavía se llevan a cuestas los rezagos de añejas estructuras económicas que mantienen las viejas formas de producción.

 

La presencia de formas premodernas en la economía nacional aún mantiene a la gran mayoría de las mujeres sometidas a los trabajos del cuidado, pese a que el mundo actual ya sabe cómo se industrializan las labores domésticas, ha universalizado la educación, ya ha inventado las guarderías y ha abierto infinidad de restaurantes colectivos. Aquí, al contrario, a las mujeres se les continúa condenando fatalmente a las labores del hogar, aun cuando muchas, cada vez más, estén vinculadas a trabajos remunerados y tengan extenuantes jornadas allí también. Esta doble y hasta triple jornada en la práctica les impide participar activamente en la vida pública, social y política del país.

 

Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, ENUT, del DANE (2021), las mujeres siguen soportando la carga más fuerte del trabajo no remunerado. Son ellas las que asumen el suministro de alimentos, la limpieza y el mantenimiento, las compras y el cuidado de menores de cinco años. Sirven además de apoyo a personas del hogar y ejercen el voluntariado, el cuidado pasivo y las actividades conexas. Para el caso del trabajo remunerado, los hombres siguen participando en mayor medida que las mujeres. La brecha es de 23,7 puntos porcentuales, mientras que, en el caso del trabajo no remunerado, la brecha es de 27 puntos porcentuales con una mayor carga para las mujeres.

 

Aún más preocupante es que la ENUT muestra que las brechas no se están cerrando en el tiempo, perpetuando inequidades en los hogares entre hombres y mujeres. Muestra de lo anterior es que, mientras que en 2017 el 89,1% de las mujeres hacían trabajo no remunerado, este valor pasó a 90,8% en 2021. Para los hombres el valor pasó de 60% a 63,8%.

 

Entonces, ¿cómo hablar de derechos femeninos si entre los trastos de la cocina y el cuidado de los hijos, de los adultos mayores, de las personas que requieren de cuidado permanente, así como las labores de cuidado en el ámbito comunitario, se les van a las mujeres más de ocho horas diarias en labores no remuneradas que, sumadas a las que dedican al trabajo laboral, les requieren entre quince y dieciséis horas diarias? Así se les impide de facto participar en la vida social, gremial y política, por pura y física falta de tiempo. Y lo que es peor, esta realidad se ve reforzada por una cantidad de creencias que dificultan las reducciones sistemáticas de las brechas. Por ejemplo, la ENUT (2021) muestra que el 66 % de las personas encuestadas están de acuerdo y muy de acuerdo con que las mujeres son mejores que los hombres para el trabajo doméstico. Esta creencia la tienen tanto hombres como mujeres por igual.

 

Es evidente que el camino por recorrer es aún muy largo. La condición de atraso productivo del país y de sometimiento a las imposiciones de Estados Unidos trae aparejada unos rezagos feudales y patriarcales con fuertes raíces en la cultura y en la economía nacional. Urge convocar a las distintas organizaciones existentes en el campo de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Hay que promover grandes movilizaciones en torno a unos puntos programáticos alrededor de los asuntos centrales que hoy afectan la vida de millones de mujeres. Dicho llamado no se debe hacer sólo desde una visión en defensa de los derechos, muchos de ellos reconocidos y que son letra muerta, sino desde la perspectiva de hacerlos valer.

 

Para avanzar en el reconocimiento de estos derechos, las mujeres sabemos que nuestra emancipación se fundamenta en la emancipación del país y en las demás transformaciones económicas y políticas que demanda la sociedad colombiana. Medidas que disminuyan el tiempo de las mujeres en los cuidados para achicar las brechas de género y reducir la pobreza requieren de decisiones políticas. Por ejemplo, el primer paso que se debe dar es el de reivindicar la soberanía económica y favorecer el crecimiento productivo del país, para lo cual, de entrada, se deben renegociar los TLC y promover políticas hacia la protección e impulso de la agricultura y de la industria nacional. Solo así se cimentarán las bases para el avance productivo de la nación y habrá trabajo, fuente de toda riqueza, lo que llevará a unas mejores condiciones de vida para la sociedad en su conjunto y para las mujeres en particular.

 

De esta forma los primeros pasos contra la feminización de la pobreza deberían ser:

 

El Sistema Nacional de Cuidado y una Política de Empleo Público para las mujeres.

 

El Sistema Nacional de Cuidado: se debe enfocar en la puesta en marcha de un Sistema Nacional de Cuidado que democratice las labores de cuidado y trabajo no remunerado, redistribuyéndolas con el Estado, el sector privado y los hombres. Se necesita que las labores de cuidado sean asumidas por entidades públicas, mixtas y comunitarias y que se otorguen subsidios y deducibilidad a las personas que adelanten estas labores. El nuevo enfoque ha de ir de la mano con campañas culturales de carácter nacional para que las labores de cuidado sean reconocidas, redistribuidas y reducidas. Las instituciones públicas deben promover salas de bienestar y de lactancia para mamás y mujeres gestantes y para quienes ejerzan labores del cuidado, como también comedores comunitarios y jardines infantiles para que les liberen tiempo a las cuidadoras. Se ha de priorizar la atención de los sistemas de cuidado de mujeres jóvenes para prevenir su deserción educativa.

 

El Sistema Nacional del Cuidado también debe contener medidas de conciliación laboral como horarios escalonados o que coincidan con jornadas educativas para hombres y mujeres. Es lo que permitirá a todos los miembros del hogar conciliar su vida productiva con las labores de cuidado. Además, que se presten estos servicios en zonas cercanas a los centros de productividad, unidos a sistemas de transporte adecuados. Habría que aprobar nuevas políticas para que hombres y mujeres puedan acceder a los servicios de cuidados de sus hijos y otras personas dependientes como parte de la protección y seguridad social.

 

Con relación a las trabajadoras domésticas que prestan servicios en forma remunerada, se deben generar estrategias que garanticen el monitoreo a sus formas de contratación con sus empleadores y prestar estos servicios a través de asociaciones de mujeres como parte de la oferta de servicios de cuidado del Estado. Hoy, más del 90% de estas trabajadoras no cuentan con seguridad social. Colombia debe tener centros especializados para personas de cuidados especiales y con el equipamiento necesario mediante ayudas técnicas, barandas, servicios públicos, elementos para diagnóstico en enfermedades crónicas, entre otros, con énfasis en las regiones rurales.

 

Empleo público para las mujeres: no basta con un Sistema Nacional del Cuidado, tal como como lo afirma el analista político y económico Aurelio Suárez en su más reciente libro, Saqueo: “Debemos avanzar hacia la reactivación económica que dinamice la demanda con planes de empleo público para el cuidado. Ya no basta con redistribuir los cuidados: necesitamos superar la feminización de la pobreza. Los sistemas de cuidado deben acompañarse de planes de empleo público de cuidado, para así, no sólo redistribuir el cuidado sino los ingresos. A la propuesta de renta básica debe sumarse la reactivación económica de los sectores del cuidado remunerados”. Y más adelante dice: “la economía del cuidado será uno de los grandes protagonistas de la recuperación económica. El reto está en desarrollar una política económica que permita un financiamiento sostenible de los sistemas de cuidado y de los planes de empleo público de cuidado por medio de una política fiscal sólida, progresiva y sin sesgos de género. Se debe trastocar la economía política del país para avanzar hacia modelos de bienestar que permitan unificar los objetivos de la política social con los de la política económica”.

 

En conclusión: así como los derechos laborales de las mujeres fueron el producto de grandes movimientos huelguísticos que tendrían su clímax hacia la segunda mitad del siglo XIX y los derechos ciudadanos fueron precedidos por una larga lucha del movimiento sufragista, surgido en medio de la llamada “segunda revolución industrial”, buena parte de nuestra lucha se da hoy en el marco de la conquista de un sistema nacional del cuidado y de un programa de empleo público que les quite a las mujeres el peso que representa el trabajo no remunerado en el hogar. Se aspira a que ese tiempo, en promedio ocho horas diarias, lo puedan las mujeres invertir en su educación, en un trabajo remunerado, en participar en política o en la lucha gremial, en salir a caminar, en hacer yoga o en lo que quieran y que, por fin, los derechos que fueron conquistados por generaciones anteriores dejen de ser letra muerta y se empiecen a ejercer.

 

Queda claro que las mujeres son capaces de concurrir eficazmente en los múltiples terrenos del menester social pero que, sin que se logre una vinculación concreta de las mujeres al mercado laboral y al desarrollo de los medios de producción, no podrá haber real reivindicación de las mujeres ni sistema de cuidado que lo aguante. La suerte de las mujeres está atada a la suerte de la nación. Hay que salir de la postración ante los interese extranjeros y hacer uso pleno de la autodeterminación nacional para arrancar de raíz las trabas viejas y nuevas que entorpecen el desarrollo y lograr avanzar.

 

Está entonces a la orden del día la lucha por concretar un Sistema Nacional de Cuidado que, aunado a un Programa de Empleo Público, apunte a la defensa de una vida digna para todos y todas.

 

Mujeres, la lucha continúa.

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